jueves, mayo 10, 2007

Acaso porque soy pobre


Su cabellera blonda le roza los muslos, que a pesar de sus cinco décadas se mantienen firmes, debido al esfuerzo físico que su trabajo implica. Dice que no tiene plata para el ómnibus pero se compra Pantene liso y sedoso (el verde), aunque a veces lo “toma prestado” de la residencia del Prado para la que trabaja, en la que desempeña tareas domésticas para una familia acomodada.

Todos los fin de semana sale a bolichear al Inter. Muchas a su edad ya han colgado los botines, pero la Tere, como le dicen en el barrio, aún después de tres concubinatos sin éxito, insiste porque sabe que algún día encontrará el amor verdadero, aunque venga en forma de aquel hombre que “la saque a pasear”. No por nada tiene 15 hijos y todos de parto natural. La Dioly, la Vilda, el Richar’, son algunos de sus sucesores, con quienes comparte una modesta finca en el cantegril de enfrente al hotel de alta rotatividad Ajedrez.

Allí también viven sus 27 nietos, quienes indirectamente cumplieron su utópico sueño de conocer las culturas del mundo. Sucede que uno de ellos, el taiguondo, es fruto del trabajo de la Mary, una de sus hijas del medio. Trotamundos como su padre - y también como su madre -, el pibe heredó los atributos de la raza oriental en una noche de pasión, en la que fue concebido entre las amarras del puerto de Montevideo, por la módica suma de $150. Casi tanto como la guita que gasta el Luí’ cuando intenta conquistar a la Tere con tragos, al compás de las trompetas de Sonora Borinken.

A la Tere le gusta la música tropical porque le hace recordar mejores épocas, épocas en las que Magurno los iba a visitar con un chorizo en la mano y una lista en la otra. Pero tiempo después se vio perseguida por la incertidumbre de su paradero. Es que el rancho que construyó con tanto esfuerzo, ubicado en terrenos municipales, ha sido impugnado por el poder gubernamental. Tere está confundida y no sabe a quién votar. Una vez que le arrebataron los dogmas en los que basaba su entera existencia, se ha visto obligada a valerse por primera vez de su raciocinio. Y se ha encontrado con que no lo tiene.

Es que Dios no le quiso dar ese atributo, ni tampoco lo quiso la educación formal, ya que cambió la escuela por el lampazo, el perfumol y los pañales. Con los dogmas todo era más fácil, incluyendo la esencia de su vida. Pero su fe permanece intacta y Adán y Eva continúan siendo los protagonistas de su historia. Para ella el Big Bang no es más que un fuego de artificio que se tira en La Noche de las Luces, uno de los eventos festivos que más disfruta, casi tanto como fin de año, cuando su bebida favorita alcanza sus mayores niveles de popularidad; la sidra. Tere prefiere La Guijonesa, pero es fácil hacer dicha elección cuando no se ha probado jamás el buen gusto de otros espumantes como el Chandon o el Freixenet.

Pero “una vuelta”, como dice ella, unas copas de sidra de más le nublaron el juicio a su hija más pequeña. La Vanesa se fue al baile y dejó a su hija, la nieta de Tere, demasiado tiempo a la intemperie. Esa noche no hubo festejo y tampoco teléfonos celulares para llamar más rápido a la ambulancia. Pero una de cal y una de arena, el lema favorito de Tere, se aplicaría a continuación con el nacimiento de otro de sus nietos, el Juan Kevin, que además de traer alegría a su vida le permitió conocer otro país; los Estados Unidos de América.

Dice que cuando finalmente la reubiquen va a dejar de trabajar, ya que, si bien no sabe dónde va a ir a parar, de algún modo sabe que va a ser lejos. Es que la Tere habla y a veces no sabe lo que dice, porque su saber es el saber del pueblo, ese que se basa en costumbres, supersticiones y miedo al cambio. Pero aún con los altibajos, la Tere es una persona feliz. Si le preguntáramos qué piensa de su vida seguramente diría, en su expresión capicúa más típica, “ta demá ta”.